Pues como indica el título de esta crónica, este IV Maratón de los Montes Torozos se ha convertido en mi primer abandono en la distancia.
Se da el caso, curioso cuanto menos, de que mi hermano abandonó también en esta prueba hace justo un año. Y hoy yo he seguido sus pasos, jaja. Será que me daba envidia.
La participación en esta carrera tuvo poca historia.
Tras la Maratón de Lisboa, mi hermano dio por cerrada la temporada, y yo aún tenía un poquillo de mono, así que me inscribí a la que sería mi cuarto encuentro con la distancia mítica.
Cercano, barato...; la opción perfecta para poner el broche final a un año fantástico a nivel de carreras y resultados.
El plan era ir tranquilo en el grupo de 5:30 toda la carrera. El tiempo me daba igual, se trataba de disfrutar y sumar un maratón más.
Así, el Domingo a las 7:15 salía hacia Torrelobatón (el pueblo donde este año estaban situadas la salida y la meta) bajo una cerradisima niebla.
Tras aparcar, me dirijo al castillo, en cuyo patio de armas se recogían los dorsales. La verdad que tener los baños, vestuarios, salida y meta en el interior de un castillo tan bien conservado como éste es una experiencia única y digna de agradecer a los organizadores.
Cuando todo está preparado para empezar, nos comunican que la Guardia Civil no permite que se dé la salida porque con la niebla no garantizan la seguridad de los corredores.
A mí me da pereza volver a bajar al coche y no he dejado ropa en el vestuario, por lo que me quedo esperando con la ropa de correr.
Nos comunican que mínimo en media hora es seguro que no se corre.
La niebla no da señales de querer levantar y, finalmente, tras 45 minutos de espera, nos anuncian que a las 10 se dará la salida.
Estoy animado y con ganas de disfrutar.
Me saluda un corredor con el que coincidimos en el tren en la Maratón de Lisboa y nos contamos un poco objetivos maratonianos futuros.
Busco a la liebre de mi grupo para colocarme, y esto empieza.
Salimos del castillo y hacemos un breve recorrido circular por el pueblo para enfilar la carretera hacia Castrodeza.
Por delante una dura cuesta de 3 kilómetros que el año pasado fue del 17 al 20 y que en esta ocasión te pillaba con las piernas fresquitas.
Me coloco en posiciones delanteras, que no quiero ir encerrado entre la gente.
Somos un grupo numeroso y los ánimos están intactos. Las bromas y las risas se suceden mientras sin darnos cuenta superamos la cuesta y llegamos al desvío hacia Castrodeza.
Ahora el terreno es muy favorable durante bastantes kilómetros.
La niebla es muy densa la sensación es de muchisima humedad: llevo el pelo como si saliera de la ducha.
La temperatura no es excesivamente fría (rondábamos los 5 grados) y no hacía aire, cosa sorprendente por estos parajes; pero la niebla provocaba que la sensación térmica fuera mucho menor.
En el kilómetro 9 decido hacer una rápida paradita técnica a eliminar líquidos. Sin mayores apuros y apretando el ritmo unos cientos de metros consigo volver al grupo y de nuevo ocupar las posiciones más delanteras.
Mi estado de forma es muy bueno y voy muy cómodo y disfrutando.
Un kilómetro más tarde y tras 53 minutos de carrera, me dan unos retortijones en el estómago que me obligan a parar inmediatamente.
No quiero profundizar en muchos detalles, pero el estado de lo que salió de mi interior me indicaba que algo no iba bien.
De nuevo en marcha y descolgadísimo de un grupo al que no veía a causa de la niebla, decido apretar a tope para volver a enlazar con ellos. No quería hacer 32 kilómetros yo sólo por una carretera y bajo esa niebla.
Empiezo a marcar parciales suicidas para mí: 4:48, 4:50...
Total, 5 kilómetros por debajo de 5'/km con el único objetivo de volver a entrar en el grupo.
Por fin, aparecen sus siluetas entre la niebla y respiro aliviado. Unos kilómetros más a esos ritmos y no llego ni al 30. Y más con las piernas aún un poco cargadas tras la MMP de la media de hace siete días.
Rebaso al corredor que cerraba el grupo y cuando ya estoy tocando mi objetivo con la punta de los dedos, un nuevo apretón estomacal que me hace tirarme a la cuneta y volver a ponerme en cuclillas. No me lo podía creer. Todo el esfuerzo realizado para nada.
Asqueado, vuelvo a la carretera, donde una ciclista de la organización me espera para acompañarme y que no vaya sólo.
No tengo ni ganas de correr. Me da muchísima rabia el haberme pegado una paliza persiguiendo a un grupo invisible y, cuando por fin están ahí, vuelven a desaparecer.
Empiezo a correr. Voy entero de piernas y vació de motivación. Me empiezo a estabilizar en ritmos en torno a 5:10.
Por fortuna, la ciclista que me acompaña es una mujer muy simpática que me ayuda muchísimo. Vamos hablando continuamente y le explico mi "situación" estomacal.
Le digo que no sé si seguir o retirarme, porque tengo fatal el estómago y no asimilo nada. Cada vez que como o bebo algo, al poco he de parar a echarlo. Me desmoraliza mucho esta situación, porque de piernas voy como nunca, y también me preocupa, porque puedo deshidratarme y sufrir calambres.
De esta guisa van transcurriendo los kilómetros, hasta que en mi sexta parada a cagar (imaginaos lo desesperante de mi carrera...) noto unas ligeras ganas de vomitar.
Kilómetro 33 de la prueba y decido que ya es suficiente.
No quiero forzar mi cuerpo más.
Hoy no tengo bien el estómago; se asume y no pasa nada.
Un coche de la Guardia Civil aparcado en el arcén para atender a otro corredor me sirve para despedirme de mi inmejorable acompañante, a la cual doy desde aquí todo mi agradecimiento por su ayuda y apoyo.
No estoy ni cansado, pero es que no me apetece correr más así. Habrá otras maratones y he aprendido la lección: hay que abrigarse antes de empezar a correr.
Un coche de la organización me recoge y me lleva a Torrelobatón.
En un principio siento rabia y me arrepiento de no haber terminado. Eran 9 kilómetros más y sumaba mi 7ª maratón.
Pero después en frío creo que hice lo correcto. Hay que escuchar al cuerpo y no olvidar que esto es sólo una afición. Si no es el día, se para y punto. Maratones sobran, y lo importante es tener salud para poder ponerte en la línea de salida del siguiente.
Tengo una cuenta pendiente con esta carrera, y puede que en un año vuelva a cobrármela.
Eso sí, el abrigo y el paquete de clinex serán mis compañeros ineludibles de viaje, jaja.
Se acabaron los maratones durante un tiempo, y toca pensar en planificar los del próximo año.
El 24 de Abril estaremos en Düsseldorf. Ese es seguro.
La idea es acudir también el 9 de Octubre al primer Maratón de Burgos, ciudad donde reside mi hermano.
Y el resto, un abanico de opciones entre las que caerá alguna (Palencia, Pamplona, San Sebastián, Oporto)
Lo más inmediato, descansar y correr alguna carrerita más corta donde pongamos las patas a ritmos exigentes. Llega la temporada de crosses, ideales para coger fuerza, y me dejaré caer por alguno.
Total, 5 kilómetros por debajo de 5'/km con el único objetivo de volver a entrar en el grupo.
Por fin, aparecen sus siluetas entre la niebla y respiro aliviado. Unos kilómetros más a esos ritmos y no llego ni al 30. Y más con las piernas aún un poco cargadas tras la MMP de la media de hace siete días.
Rebaso al corredor que cerraba el grupo y cuando ya estoy tocando mi objetivo con la punta de los dedos, un nuevo apretón estomacal que me hace tirarme a la cuneta y volver a ponerme en cuclillas. No me lo podía creer. Todo el esfuerzo realizado para nada.
Asqueado, vuelvo a la carretera, donde una ciclista de la organización me espera para acompañarme y que no vaya sólo.
No tengo ni ganas de correr. Me da muchísima rabia el haberme pegado una paliza persiguiendo a un grupo invisible y, cuando por fin están ahí, vuelven a desaparecer.
Empiezo a correr. Voy entero de piernas y vació de motivación. Me empiezo a estabilizar en ritmos en torno a 5:10.
Por fortuna, la ciclista que me acompaña es una mujer muy simpática que me ayuda muchísimo. Vamos hablando continuamente y le explico mi "situación" estomacal.
Le digo que no sé si seguir o retirarme, porque tengo fatal el estómago y no asimilo nada. Cada vez que como o bebo algo, al poco he de parar a echarlo. Me desmoraliza mucho esta situación, porque de piernas voy como nunca, y también me preocupa, porque puedo deshidratarme y sufrir calambres.
De esta guisa van transcurriendo los kilómetros, hasta que en mi sexta parada a cagar (imaginaos lo desesperante de mi carrera...) noto unas ligeras ganas de vomitar.
Kilómetro 33 de la prueba y decido que ya es suficiente.
No quiero forzar mi cuerpo más.
Hoy no tengo bien el estómago; se asume y no pasa nada.
Un coche de la Guardia Civil aparcado en el arcén para atender a otro corredor me sirve para despedirme de mi inmejorable acompañante, a la cual doy desde aquí todo mi agradecimiento por su ayuda y apoyo.
No estoy ni cansado, pero es que no me apetece correr más así. Habrá otras maratones y he aprendido la lección: hay que abrigarse antes de empezar a correr.
Un coche de la organización me recoge y me lleva a Torrelobatón.
En un principio siento rabia y me arrepiento de no haber terminado. Eran 9 kilómetros más y sumaba mi 7ª maratón.
Pero después en frío creo que hice lo correcto. Hay que escuchar al cuerpo y no olvidar que esto es sólo una afición. Si no es el día, se para y punto. Maratones sobran, y lo importante es tener salud para poder ponerte en la línea de salida del siguiente.
Tengo una cuenta pendiente con esta carrera, y puede que en un año vuelva a cobrármela.
Eso sí, el abrigo y el paquete de clinex serán mis compañeros ineludibles de viaje, jaja.
Se acabaron los maratones durante un tiempo, y toca pensar en planificar los del próximo año.
El 24 de Abril estaremos en Düsseldorf. Ese es seguro.
La idea es acudir también el 9 de Octubre al primer Maratón de Burgos, ciudad donde reside mi hermano.
Y el resto, un abanico de opciones entre las que caerá alguna (Palencia, Pamplona, San Sebastián, Oporto)
Lo más inmediato, descansar y correr alguna carrerita más corta donde pongamos las patas a ritmos exigentes. Llega la temporada de crosses, ideales para coger fuerza, y me dejaré caer por alguno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario